El Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico restaura el único fragmento original del testamento que el marino Magallanes hizo el 24 de agosto de 1519, un día antes de abandonar Sevilla.

«Quiero, mando y es mi voluntad, que si el dicho Diego de Sosa, mi hermano, o la dicha Isabel de Magallanes, mi hermana, hubieren el dicho mi mayorazgo (…) que den en cada un año a la dicha doña Beatriz Barbosa, mi mujer, sean obligados a dar en cada un año al dicho comendador Diego Barbosa, durante los días de su vida, doscientos ducados de oro, de lo que rentare el dicho mayorazgo»,
Esto firmó Magalhães en Sevilla el 24 de agosto de 1519 —el explorador siempre usó su apellido en portugués—, un día antes de salir por tierra para Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) donde le esperaban avituallándose los 239 hombres que el 20 de septiembre zarparon rumbo a las islas Malucas a bordo de cinco naves. Pero el navegante, nombrado capitán general por Carlos I, nunca regresó. Murió el 27 de abril de 1521, en Filipinas, en la batalla de Mactán. La primera circunnavegación de la tierra, de la que se celebró este pasado año el V Centenario, la completó Juan Sebastián Elcano el 6 de septiembre de 1522.

Del testamento de Magallanes, firmado en los Alcázares Reales ante el escribano público Bernal González de Vallecillo, solo queda un bifolio manuscrito por las dos caras de 21 por 18 centímetros en el que, entre otros, puede leerse el párrafo citado. El fragmento presenta «un mal estado de conservación», ha afirmado este viernes Mónica Santos, restauradora de documentos gráficos del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (IAPH) tras recibir el documento, que se conserva en el Archivo Histórico Provincial de Sevilla. Un equipo multidisciplinar analizará ese pedazo de papel roto y arrugado escrito hace 500 años que el investigador y miembro de la Real Academia Española Juan Gil Fernández localizó en 2009 en el archivo sevillano y que publicó en el libro El exilio portugués en Sevilla, de los Braganza a Magallanes.
«El fragmento estaba traspapelado en el protocolo que el escribano público, es decir, el notario, González de Vallecillo, había depositado en el Archivo Provincial, como era su obligación. La carpeta, que estaba descosida, se deshizo y los documentos se han ido perdiendo. Pero conocemos el contenido del testamento íntegro gracias al pleito que su familia política, en concreto su cuñado Jaime Barbosa, presentó en 1540 ante el Consejo Real de Castilla reclamando para él y sus hermanas, después de que fallecieran la esposa, el hijo y el suegro de Magallanes, la herencia de la hacienda del capitán general de la Armada, según constaba en las capitulaciones que firmó Carlos I», ha explicado María Campoy, historiadora del taller de patrimonio documental y bibliográfico del IAPH.
«El bifolio está escrito con una letra procesal encadenada y aunque el escribano no levantaba la pluma del papel es de fácil lectura. Es un documento mítico, porque está firmado el día antes de su partida y es un reflejo de su personalidad tanto en el ámbito privado como en lo social y lo religioso. Se acuerda tanto de su familia española, su mujer, su hijo y los que están por nacer; pero también de la portuguesa, de sus hermanos, a quienes nombra herederos en caso de que su familia directa muera, pero les pide que castellanicen su apellido, adopten su escudo de armas y residan en Castilla», ha aclarado Campoy.
La copia realizada para el pleito, también del siglo XVI, es la que conserva el Archivo General de Indias y gracias a ella se sabe intuye qué clase de persona era Fernando de Magallanes, quien dejó todos sus bienes a su esposa y a sus hijos y nombró a su suegro, Diego Barbosa, albacea de su testamento.
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