
El concepto de libro en miniatura no es fácil de delimitar, sobre todo porque varía en función de la época y del país. La mayoría de coleccionistas están de acuerdo en considerar libros en miniatura aquellos que miden menos de unos diez centímetros de altura, de anchura o de grosor. Teniendo en cuenta estas dimensiones, este tipo de libros son casi tan antiguos como la propia escritura, desde las antiguas tabillas cuneiformes hasta los exquisitos Libros de Horas medievales.
Este tipo de libros se creaba y adquiría principalmente por dos motivos: por lo práctico que resultaba almacenarlos, manejarlos o viajar con ellos ‒como Napoleón, que se acompañaba de una buena cantidad de ellos en sus conquistas por toda Europa‒ y por el placer de coleccionar objetos minúsculos llenos de belleza.
Los libros en miniatura permitían a los hombres de fe, por ejemplo, llevar consigo a todas partes su colección de salmos y libros devocionales, los estudiantes podían almacenar en poco espacio una pequeña biblioteca, los que querían extender ideas no permitidas podía ocultarlos fácilmente en su capa o en un doble fondo, los comerciantes podían acceder rápidamente en su cinturón a una pequeña pero completa guía sobre la equivalencia de los precios de los granos, las escalas, las medidas, así como su conversión y el valor de las monedas extranjeras mientras cerraban un trato.
Es más, ese es precisamente el propósito con el que nacieron algunos de los primeros libros en miniatura. Creados durante el Imperio babilónico, todavía sobreviven tabletas cuneiformes de la antigua Mesopotamia de muy reducidas proporciones, que contienen un antiguo sistema de escritura y que se refieren a cuestiones comerciales y administrativas. Una de ellas es una tablilla de arcilla que data del séptimo año del reinado de Bur-Sin, alrededor del año 2.325 a.C., que proviene de la región de Ur, hoy Irak, y que mide solo 4cm X 3,8cm. Contiene información extremadamente útil sobre cebada y salvado para ovejas. Otra es una tablilla de arcilla babilónica de Senkereh, también Irak, fechada en el 2200 a.C. Y que mide 4,7cm X 3,1cm, también utilizada para el comercio de animales y provisiones.
Otro hermoso objeto en miniatura es la primera impresión del mundo en papel. Se trata de un pergamino muy pequeño obtenido de bloques de madera que data del 770 a.C. y que es conocido como la oración D’harani. Este documento fue elaborado por la emperatriz japonesa Shotoku con el objetivo de difundir el budismo. La emperatriz ordenó imprimir un millón de copias de estos rollos de oración encajonados y luego pidió que se distribuyeran por todo el país, un proyecto que requirió más de seis años de trabajo continuo.

El segundo motivo que convertía este tipo de libros en una preciada joya de coleccionismo era su preciosismo formal. De hecho, antes de Gutenberg, no era completamente extraño que se elaboraran manuscritos en miniatura y se completaran con iluminaciones. Sin embargo, no fue hasta que se desarrolló de forma adecuada la tecnología de impresión cuando se puso a prueba hasta dónde se podía reducir el tamaño de un libro. En el siglo XVI encontramos ya unos 200 ejemplares, incluyendo 46 biblias y dos ediciones, dos de Ovidio y cuatro de Dante, y posteriormente la producción de este tipo de libros permite reflejar cómo han ido avanzando los procesos de impresión y las máquinas asociadas a ellos. Había libros en miniatura impresos en caracteres góticos e incunables, o en los tipos griegos más antiguos, hebreos, etc.

A medida que mejoraban las técnicas de impresión y encuadernación, los creadores de libros demostraban cada vez más sus habilidades creando libros aún más pequeños con encuadernaciones cada vez más complejas y hermosas. Un ejemplo singular es la Divina Comedia de Dante de 1878, conocida como Dantino. Se dice que para completar su edición muchos artesanos resultaron heridos: las operaciones necesarias de preparación y corte de los tipos llegaron a causar lesiones graves en la vista tanto del compositor como del corrector. Se tardó un mes en imprimir treinta páginas y se necesitaron nuevos tipos para cada nueva forma. Alrededor de la década de los 70 del siglo XIX, dos hermanos de Padua, Italia, junto con un pequeño equipo de profesionales como fundidores, compositores y correctores, desarrollaron una minúscula tipografía sin precedentes, a la que llamaron carattere a occhio di mosca («tipo ojo de mosca») , y que se utilizó por primera vez para la obra maestra del micro Dante. Las medidas del libro son 3,1cm X 44,4mm, y solo se puede leer con una lupa
El gran auge de los libros en miniatura se produce entre los siglos XVIII y XIX. William Pickering fue el primero en producir miniaturas a gran escala en 1819. Su serie Diamond Classics presentaba un conjunto heterogéneo de obras muy conocidas, diseñadas de manera uniforme para que cupieran en el bolsillo. Los editores rivales no tardaron en imitarlo, produciéndose más miniaturas que nunca. Algunos de los impresores y editores más prolíficos en este período fueron Elizabeth Newbery en el Reino Unido, J.B. Fournier en Francia y en Estados Unidos Mein y Fleming ‒en Boston‒, Isaiah Thomas ‒en Worcester, Massachusetts‒ y Mahlon Day y Samuel Wood ‒en Nueva York‒. A mediados del siglo XIX los libros en miniatura se hacen más asequibles y llegan a ser tan populares que asistimos a una especie de edad de oro, en gran medida gracias a la demanda del mercado de libros por entregas y almanaques en miniatura.
La invención de la litografía, la revolución industrial y la mejora de los servicios ferroviarios y postales desempeñaron a su vez un papel decisivo en el aumento de su producción y distribución.
FUENTE: https://lapiedradesisifo.com