
Edward Wilson-Lee. Memorial de los libros naufragados : Hernando Colón y la búsqueda de una biblioteca universal. Traducción de Dolores Ábalos. Ariel. Barcelona, 2019. 456 p. PRIMERAS PÁGINAS
Hernando Colón fue el segundo hijo de Cristóbal Colón, nacido fuera del matrimonio y educado en casas de la realeza, acompañó a su padre en un desastroso viaje a América central, representó a su libertino hermanastro Diego en una demanda de paternidad en el Vaticano, empezó un estudio geográfico de España, discutió a los portugueses la circunferencia de la Tierra e hizo un borrador de un diccionario de latín tan detallado que se vio obligado a abandonarlo, después de escribir casi 1.500 páginas, en la voz bibo, “bebo”.
Mientras tanto, adquiría libros por los establecimientos de Roma, Venecia, Núremberg y Colonia, a menudo quitando de las manos a los libreros cientos de títulos en una sola visita. Compraba volúmenes refinados y ejemplares sin valor, y recolectaba panfletos y letras de canciones con el mismo fervor que obras del humanista Erasmo. Adquirió libros en lenguas que no sabía leer, como el árabe y el ge’ez de Etiopía, y amasó una impresionante colección de imágenes impresas. A fin de que organizasen su extensa biblioteca, importó sabios multilingües de los Países Bajos para que trabajasen para él como bibliotecarios, y desarrolló un elaborado sistema de catalogación para indexar los contenidos de los libros.
En Memorial de los libros naufragados (que toma su título de una lista de volúmenes de la colección “Perdidos en el mar”), Edward Wilson-Lee sigue la vida de Hernando de una manera poco corriente, desde los primeros recuerdos de su infancia de los que se tiene conocimiento hasta su lecho de muerte. La protagonista del libro, sin embargo, es una sed intelectual deslumbrante y monstruosa a un tiempo, reflejada en el ansia insaciable de Hernando de saber y poseer.
La historia de Hernando es una historia de lugares. Unos de los capítulos más apasionantes del libro relata el cuarto y último viaje de Colón al Nuevo Mundo, en el que estuvo acompañado por su hijo, que entonces tenía trece años. Wilson-Lee transmite la tragedia de ese catastrófico viaje con sus violentas tormentas, sus enfermedades devastadoras, un intento de establecer un asentamiento en lo que es el actual Panamá que acabó en baño de sangre y una espera angustiosa frente a las costas de Jamaica que llevó a los hombres de Colón a amotinarse. El viaje es una aventura fascinante que permite que el lector descubra cómo se formó la visión del mundo de Hernando. Ante una tripulación rebelde de hombres hambrientos, Colón utilizó un almanaque que llevaba a bordo para predecir un eclipse lunar y convenció a los taínos que habitaban la zona de que su dios los destruiría a ellos y a la luna si no les proporcionaban alimentos. Y la luna se oscureció. El joven Hernando debió de aprender del episodio que los libros dan poder en el sentido más directo.
Memorial de los libros naufragados ofrece un vívido retrato de una Europa a punto de entrar en la modernidad, pero aún aferrada a su antiguo bagaje. El continente está poblado de hombres del Renacimiento muy versátiles, imprentas hiperactivas y peligrosas nuevas ideas religiosas, pero, el relato de Winston-Lee, también refleja una cultura influida por las enciclopedias y los comentarios a las Sagradas Escrituras que organizaron el pensamiento medieval. Por ejemplo, Cristóbal Colón sostuvo en el Libro de las profecías que su descubrimiento del Nuevo Mundo formaba parte de un plan divino para el fin de los tiempos, y reformuló varios pasajes de la Biblia para convertirse a sí mismo en el héroe del apocalipsis que se acercaba.
Al parecer, Hernando extrajo una importante lección de los escritos de su padre, a saber, que en una época de información abundante y poco fiable, la persona capaz de imponer orden puede modelar la historia. Las herramientas que él utilizó fueron menos violentas y narcisistas, pero ni mucho menos modestas: listas de autores y obras, índices de libros, un código jeroglífico utilizado en una versión inicial del catálogo de fichas, palabras clave y los resúmenes de contenidos que debían permitir a los lectores encontrar el volumen que necesitaban. En pocas palabras, “creó un motor de búsqueda”.
Y aún tenía proyectos de más envergadura para el futuro de la biblioteca, ideó un sistema que siguiera abasteciendo su biblioteca aun después de muerto con lo que él llamó «cazadores de libros» y que no eran más que personas contratadas que debían seguir cerca de las tendencias del momento, comprar los libros que las trataran e introducirlas en esta Biblioteca Hernandina; creó incluso un catálogo en el que contemplar todos los libros que había ido perdiendo en alta mar y un complicado sistema de jaulas para evitar que los lectores robasen. Porque Hernando Colón, como dice el subtítulo de la obra, fue el artífice de «la búsqueda de una biblioteca universal».